El pasado cinco de marzo inició la andadura cuaresmal, que todos los años se repite, con el signo de la imposición de la ceniza.
El tiempo de Cuaresma, que es un tiempo de preparación para la gran fiesta cristiana de la Pascua, es una caminata de cuarenta días, que debemos recorrer los seguidores de Jesús, que somos peregrinos, peregrinos de la esperanza. Y, como toda caminata, para llegar necesitamos aprovisionarnos de unos pertrechos que nos ayuden a alcanzar la meta, que es la Pascua.
En la liturgia del miércoles de ceniza el evangelio proclamado en la celebración de la eucaristía, nos recordaba que estos pertrechos que no deben faltar en la mochila de nuestro peregrinaje cuaresmal son tres: la limosna, la oración y el ayuno. Es lo que hizo Jesús en el desierto donde estuvo cuarenta días cuando después de recibir el bautismo fue empujado por la fuerza del Espíritu para discernir y aclarar su mente confusa sobre qué tenía que hacer con su vida. Bueno, como estaba sólo, dar limosna no fue lo que pudo hacer, pero si ayunó y oró.
Apoyándonos en estos tres soportes podremos completar la caminata que, a donde nos debe conducir es a la Pascua, es decir, a morir con Cristo en todo lo que en nosotros hay de negativo y malo, y que no merece la pena que tenga vida porque resta calidad a nuestra vida espiritual, para crucificar todo ello en la cruz que nos redime.
Sí, primero hay que morir, clavar en la cruz, crucificar todo eso negativo y malo que denominamos pecado, para poder resucitar a una vida renovada, como si al radio de nuestra historia personal, le podemos nuevas baterías que hacen que suene con más nitidez.
Vayamos con el primer pertrecho, la limosna: No se trata de dar unas monedas a un pobre, a un necesitado, que también. Eso no cuesta mucho y, desde luego, no basta para que lleguemos a la vida nueva de la Pascua. <<Limosnear>> es convertir en solidaridad todo lo que tengo para compartir con los demás. En ocasiones será, ciertamente, algo de dinero a un pobre que está necesitado para conseguir algo que echarse a la boca, pero también limosna es dar tiempo y compañía a quien está en soledad, por ejemplo.
Otro de estos pertrechos es el ayuno y la abstinencia de alimentos, que creemos consiste en la privación de comer carne. El ayuno es más que eso; es la privación voluntaria de todo aquello que me aleja de Dios, de la familia, de la comunidad, y hasta de mí mismo. Por ejemplo, privarnos un poco de mirar la pequeña pantalla, que por momentos nos tiene atrapados, es un buen ayuno porque, pendientes de ese cajón le robamos tiempo a nuestra familia, a nuestros amigos, a la comunidad y al mismo Dios, pues más de una vez nos ha pasado que mirar la tv nos ha quitado el tiempo de encontrarnos con Dios y estar con Él en la oración. En uno de sus pensamientos dice San Agustín: “Ante todo, hermanos, ayunad de porfías y discordias”. Y en otro nos dice: “Estos días santos cuaresmales nos invitan a hablaros de la concordia fraterna para que quien tenga alguna queja contra otro acabe con ella, antes que ella acabe con él”.
Queda la oración. Para resucitar con Jesús a una vida nueva y renovada, debemos dedicar un mayor tiempo, y sobre todo proponernos hacerlo de manera más intensa en estos días para encontrarnos con Dios. Lo podemos hacer en nuestra casa. Dios nos está esperando; no le dejemos con las ganas que tiene de estar con nosotros.