Por: Rabino Gustavo Kraselnik
El calendario judío establece el día 25 del mes de Kislev como el inicio de la fiesta de Janucá. Este año, será la noche del 22 de diciembre cuando encenderemos la primera vela de la celebración e iremos añadiendo una más cada noche, hasta completar las ocho velas de la Janukía.
La palabra Janucá significa dedicación, inauguración y evoca los acontecimientos ocurridos en el siglo II AEC cuando una revuelta liderada por los Macabeos logró derrotar a las huestes seléucidas (helenizantes) que habían profanado el Templo de Jerusalem, logrando su purificación y la autonomía política (con el apoyo de Roma).
De acuerdo con la leyenda que relata el Talmud, al consagrar el Templo, en el momento de encender la Menorá (candelabro), encontraron que había aceite puro solo para un día y “milagrosamente” alcanzó para 8 días, el tiempo necesario para conseguir nuevo aceite.
Por eso, el ritual central de la celebración es el encendido de las velas cuyo objetivo es “Pirsumei Nisa” la difusión del milagro del aceite. De allí que nuestros sabios dispusieran que las velas de Janucá no pueden ser utilizadas para alumbrar por lo que establecieron la colocación de una vela adicional (denominada “Shamash”) en la Janukía. Esa es la razón por la que el candelabro de Januká tiene 9 brazos (las ocho del milagro y el Shamash que generalmente está colocado de manera diferenciada del resto).
Otra bella tradición de la fiesta que realza el milagro es jugar drediel o Sevivón. Se trata de una perinola de cuatro caras en la que en cada una aparece una letra hebrea (puede ser N, G, H o SH, que son las iniciales de las palabras que forman la frase Nes Gadol Haiá Sham, un gran milagro sucedió allí).
Una de las razones por las que Janucá se ha vuelto muy popular en nuestros tiempos (a pesar de ser una fiesta menor del calendario) tiene que ver con la costumbre de dar regalos. Pareciera ser que el origen de esta tradición es de finales de la Edad Media y comenzó como la entrega de monedas a los maestros como reconocimiento por su labor.
Después, los niños comenzaron a solicitar su propio regalo - que generalmente eran unos centavitos.
Volviendo a las velas de Janucá, en la conciencia histórica de nuestro pueblo, quedaron grabadas como testimonio de la lucha por la libertad religiosa y como recordatorio de la fortaleza espiritual que emana de nuestras convicciones y que nos permite enfrentar las adversidades. Su mensaje continúa vigente hasta nuestros días.
¡Jag HaUrim Sameaj (feliz Janucá, feliz fiesta de las luces)! Que las velas de Janucá irradien su luz de esperanza a cada rincón del mundo.