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Hoy en la Ciudad de Panamá
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Dos países en uno parecen coexistir. Disímiles, o más que eso, antagónicos; dos países con el mismo nombre, la misma gente y el mismo territorio. En realidad no son dos, pero como a las naciones las hacen a su imagen y semejanza los ciudadanos que habitan en ellas, el istmo parece desdoblarse en una extraña realidad donde vemos un país activo, futurista, vanguardista en sus planes, trabajador e innovador; mientras, a su lado anda su alter ego, iracundo, depresivo, indiferente y deshonesto.

Es como una historia de ficción que confronta a dos partes de una misma nación como si eso fuera natural, y el caso es que no lo es, no es normal que a nuestro país lo personifique una clase que, a juzgar por sus actos, poco le importa el rumbo que tomemos, el bienestar de las personas, el desarrollo social, cultural, económico y moral de sus habitantes. Una clase que conoce las oportunidades que apuntan a la mejora pero que no le interesa hacer nada por nadie que no sea de su entorno cercano. Indolentes, que arrastran consigo a ilusos partidarios que les tienden sus hombros para seguir desmembrando al país cual depredadores ansiosos de poder y de riquezas.

Por fortuna, en una especie de paralelismo imaginario, a diario nos topamos con un país que trabaja más de 8 horas al día, una nación representada en ciudadanos que despiertan antes que el sol y luego lo reciben desde el asiento de un Metrobús, en interminables tranques hasta llegar a sus empleos. Un país con técnicos, profesionales, emprendedores y funcionarios comprometidos con el futuro, ideando a diario nuevas formas de impulsar sus proyectos que generen progreso y bienestar colectivo.

Empresarios locales y foráneos ocupados en estudiar y aplicar las mejores prácticas universales para mejorar la calidad de vida de todos, líderes que pregonan minuto a minuto los valores de integridad, respeto, solidaridad y amor al prójimo. Son personas optimistas, felices y comprometidas, que hacen que el país se vea como ellos, ciudadanos que promueven la solución y no el problema y que abogan fervientemente por una república integrada en una sola, sin espejismos ni desdobles, unidos por el bien común.

Tarde o temprano este país se impondrá al otro, a esa clase que entre rebatiñas y cegados por el poder se han puesto de espaldas al país de la esperanza, de espaldas al futuro inminente y han puesto en riesgo la democracia. Tarde o temprano, esa clase obtusa desaparecerá y emergerá un país unido, con una sola cara y con sueños compartidos.

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