A los 90 años de edad, y con una salud bastante deteriorada que justificaba las muchas veces que a través de los medios de comunicación social se anunció su muerte; en esta oportunidad, 25 de noviembre de 2016, la noticia fue real y su hermano, el presidente Raúl Castro, en un comunicado de poco más de un minuto de duración anunció por la televisión estatal, la pérdida.
La muerte del líder histórico de la Revolución cubana, quien se constituyó como una de las figuras más importantes del siglo XX, cierra 60 años de historia, desde que desembarcó en Cuba con un grupo de rebeldes para impulsar la guerrilla que derrocó a Fulgencio Batista en 1959.
Castro abandonó el poder en 2006, por problemas de salud y su hermano menor, Raúl, asumió el mando como presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros.
Desde su cese como presidente, Castro se dedicó a la publicación de artículos en la prensa cubana. Uno de los más recientes, daba fe de su aún fuerte reticencia ante el acercamiento del presidente de Estados Unidos al Gobierno cubano. «No necesitamos que el imperio nos regale nada», fue la frase lapidaria que mostraba que todavía consideraba a los Estados Unidos como su enemigo irreconciliable.
Políticamente, esta muerte simboliza el fin de una era, quedando como último sostén de los líderes de la Revolución su hermano Raúl Castro.
Contraste de sentimientos
Mientras muchos lo lloran y lamentan su partida, cubanos y grupos anticastristas dispersos por el mundo lo celebran. En Miami, cuna de la más grande comunidad cubana fuera de la isla, cientos de personas salieron a las calles como si se tratara de una gran fiesta y entre bocinazos y ruidos de cacerola, se escuchaban vítores como «Fidel, tirano, llévate a tu hermano» y «libertad para Cuba».