Por: Rabino Gustavo Kraselnik | Lider espiritual Congregación Kol Shearith Israel
Generalmente, durante el mes de septiembre se celebra Rosh Hashaná, el año nuevo judío que marca un nuevo aniversario de la creación del mundo y del ser humano. Y debido a eso, nuestros sabios enseñan que en esta fiesta cada criatura pasa frente al Creador para ser juzgada, tal como lo hace un rebaño ante su pastor o como un batallón ante su general.
Por eso, la tradición denomina a esta festividad Yom Hadin, el día del juicio. De allí que este sea un motivo central de la liturgia de Rosh Hashaná.
Somos conscientes de la solemnidad de la jornada, de sentirnos ante la presencia de Dios para dar cuenta de nuestros actos. Y de esa sensación emergen dos metáforas que reflejan nuestro vínculo con lo trascendente: Dios como padre y Dios como rey. El primero es misericordioso y clemente, el segundo imparte justicia.
Sabedores de nuestras limitaciones, asumimos nuestro juicio con humildad, reconociendo que hemos cometido errores. Es parte de la condición humana. Nuestra expectativa de salir airosos del juicio divino no pasa entonces por la justicia divina, apelamos a la otra faceta de Dios, su misericordia.
De hecho, de eso se trata Rosh Hashaná; de pararnos ante Dios – que es una forma de estar frente a nuestra propia conciencia – para dar cuenta de nuestras acciones.
Quizás por esa razón, el cambio de año – a diferencia de otras culturas – plantea un espíritu solemne y reflexivo. Se nos invita a realizar un “balance del alma”, un profundo análisis de nuestros actos y omisiones para corregir y mejorarnos.
Con ese espíritu comenzamos a prepararnos un mes antes. Todo el mes de Elul (el último mes del calendario judío) es tiempo de Teshuvá, de arrepentimiento. En el devenir de la vida se nos invita a detenernos para analizar, entender e identificar aquello que hicimos mal y decidir cómo lo vamos a hacer mejor. Dedicamos un mes entero a analizar donde estamos y a ver la forma de llegar en mejores condiciones al juicio divino.
Nuestros sabios nos enseñan que el arrepentimiento, la plegaria y las acciones reparadoras (Tzedaká) son el camino para demostrar a Dios (y a nosotros mismos) nuestro deseo de cambiar. Y cuando llega Rosh Hashaná, el gran día del juicio, todo nuestro ser asume con fervor mediante las plegarias, la búsqueda del favor divino.
Sin embargo, el veredicto no es inmediato. Se nos da la posibilidad de 10 días adicionales para avanzar en este ejercicio de introspección y renovación, y así llegamos a Yom Kipur, el día de la expiación, la jornada más sagrada del calendario judío. Un día de ayuno total (25 horas sin comer ni beber nada) y de plegaria intensa.
Y al finalizar Yom Kipur, exhaustos física y espiritualmente, anhelamos haber alcanzado un veredicto positivo, que no es otra cosa que haber sido inscriptos en el Libro de la Vida por un año más.
Apreciado lector, a punto de comenzar el año 5783 del calendario judío, reciba mis mejores deseos. Que sea un tiempo de crecimiento y desarrollo, de nuevos proyectos y de renovación de esperanzas; con salud y bendiciones. ¡Shaná Tová!, ¡un buen año!