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El impacto de las historias que no deben repetirse

Kathia Arjona1 marzo, 2025

Feliz pronto inicio de clases.  Aprovecho para contarte cómo me ha influenciado uno de los más recientes libros que he leído, llamado “El niño que perdió la guerra”, última publicación de la escritora española Julia Navarro.    Es  mi primera vez conociendo su pluma, quien de una manera fuera de lo común, hila varias subhistorias para trasladarnos a dos países que están viviendo transformaciones políticas:  España y Rusia.

Nos ambientamos en la segunda guerra mundial y conocemos cómo separan desgarradoramente de su familia biológica al niño Pablo de 5 años, la cual reside en Madrid bajo el régimen recién establecido de Francisco Franco.  El niño es arrebatado de su hogar sin el consentimiento de su madre Clotilde para llevarlo a Rusia, donde gobierna el dictador Iósif Stalin y allí queda bajo la protección de una familia rusa, que le da amor y refugio, a pesar de las difíciles circunstancias políticas en la que viven.

Julia Navarro tiene la habilidad de mover nuestras más sensibles fibras narrando cómo dos mujeres, Clotilde, quien es caricaturista pero no puede mostrar sus dibujos  contra el Régimen Franquista, y Anya, en Rusia, amante de las letras y poemas prohibidos contra el “hombre nuevo” de Stalin,  se unen a través del amor hacia Pablo, que se encuentra en medio de esta gran crisis bélica.

Este libro te apachurra el corazón por todas las situaciones trágicas y vejámenes producto de un sistema político dictatorial.  La escritora describe muy bien las torturas y “castigos” contra aquellos que pensaban diferente al gobierno Franquista o Stalinista.   Me hace recordar la frase que se refiere a cuando “la solución es peor que el problema”.  En ese entonces no podías expresarte diferente ni leer, pintar, dibujar nada que no fuera a favor de estos gobiernos.   Me hizo reflexionar en cómo está nuestra libertad de expresión hoy. No dudamos que esos episodios se repiten en algunos rincones del mundo,  pero de una manera un poco diferente en este siglo XXI.

Esta lectura también me permitió aprender el término Samizdat, que significa publicado por uno mismo. Samizdat fue la copia y distribución clandestina de la literatura prohibida por la censura del régimen soviético y, por extensión, también de literatura prohibida por los gobiernos comunistas de Europa oriental (el llamado Bloque del Este) durante la denominada Guerra Fría.    De esa manera, muchas veces los disidentes lograban sortear la fuerte censura política para expresar ideas u opiniones contrarias al gobierno.   Estos escritos y libros  prohibidos eran escondidos debajo de los colchones, en las plantillas de los zapatos, en el fonde de las cacerolas.

A pesar de esta censura, las personas memorizaban los poemas, ensayos, novelas para así sentirse libres y su mente no ser controlada, a pesar de que su vida lo fuera.  Y aunque en muchas ocasiones faltaba el papel y la compra de cantidades excesivas de este podía ser motivo suficiente para levantar sospechas e ir a la cárcel, los textos de samizdat, con sus letras borrosas, páginas arrugadas y cubiertas indescriptibles se convirtieron en un sello cultural.

No puedo imaginar nuestros días censurando libros y que se cataloguen a las publicaciones literarias como libros prohibidos.  Si bien es cierto cada lectura tiene su nicho de lectores y no todo lo escrito le va a gustar a todo el mundo, la libertad de expresión es un derecho humano y un principio que apoya la libertad de un individuo o un colectivo de articular sus opiniones e ideas sin temor a represalias, censura o sanción posterior.

No demos la libertad de expresión por sentado.  Leamos, instruyámonos, tengamos análisis crítico, preguntemos; es la única forma de darle poder a nuestros criterios, creencias y decisiones dentro del marco del respeto y la tolerancia.

¿Qué libro te ha impactado recientemente?

Nos vemos en abril.

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