Por donde se mire la casona de la Academia Panameña de la Lengua es cautivadora. Su arquitectura bellavistina adorna con elegancia la avenida Nicanor de Obarrio (Calle 50) con la avenida Manuel María de Icaza, mientras nutre de forma sublime la diversidad entre lo histórico y lo moderno.
Aunque los datos sobre la construcción son escasos, Alpha Grupo Editorial pudo conocer que su primer propietario fue Don Raúl Jiménez, para quien la Compañía General de Construcciones S.A, a cargo del arquitecto James R. Durling diseñó la casa en el año 1946.
Alex Nieto, encargado de Asuntos Culturales y de Cooperación de la Academia Panameña de la Lengua, explica que por el momento no cuentan con registros que indiquen si Jiménez habitaba en el lugar acompañado, sin embargo existen indicios que sugieren que el diseño estaba adaptado para albergar a una familia numerosa.
La mansión cuenta con al menos cinco habitaciones con baños completos, que ahora fungen como oficinas y bibliotecas; tiene una amplia cocina con azulejos de la época, dos salas espaciosas con techos y pisos originales, un bar revestido de mosaiquillo y madera, un comedor profundo y una escalera de caracol ancha y de granito.
Setenta años después se mantienen intactas varias lámparas, griferías, los dos balcones que se ven desde calle 50, una fuente de mosaiquillo ubicada en el exterior y sus amplios ventanales protegidos por verjas que bañan de luz natural casi toda la vivienda.
Sede de académicos
En la actualidad, la institución que cuenta con 17 académicos, realiza un libro para recopilar su historia; su promotor, el literato Alex Nieto relata que “el hecho de que la casa sea vieja nos recuerda que tenemos que preservarla, conservarla y defenderla como una forma de guardar la identidad. Cuando se habla de la Academia Panameña de la Lengua hablan de nuestra casona, que es un puente comunicante entre la casa y lo que hacemos”.
Este edificio se inauguró en dos fechas. El 17 de octubre y el 4 de noviembre de 1969. En la primera se realizó la ceremonia de bendición que estuvo a cargo de monseñor Carlos Ambrosio Lewis y en la segunda se realizó la inauguración académica que contó con la presencia del director honorario y director, Ricardo J. Alfaro y Baltasar Isaza Calderón.
El inmueble de arquitectura bellavistina fue adquirido en 75 mil dólares a través de un préstamo solicitado ante el Banco Nacional luego de que en el tercer Congreso de Asociación de la Academia de la Lengua Española celebrada en 1960 los países signatarios acordaran ofrecer a las academias sedes propias y presupuestos dignos.
Nunca la abandonan
“La gente dice que hay fantasmas y a veces se sienten; uno se queda extrañado porque las puertas se mueven cuando no hay brisa. Dicen que algunos académicos amaron tanto esta casa que es posible que estén ahí de vez en cuando, pero ya hemos perdido el miedo completamente”, cuenta Alex Nieto.