Por: Fray Jorge Chaparro Caro OAR.
“Estén preparados porque nadie sabe el día ni la hora” Mt. 25, 13.
Frente al momento culmen de la vida o disminución de la misma, siempre se suscitarán diversas probabilidades que están al alcance del hombr; algunas propician la aceleración de la muerte (la eutanasia), mientras que otras intentan, por todos los medios posibles, de postergar esta realidad ineludible (la distanasia o encarnizamiento terapéutico).
El cuestionamiento que nace en torno a estas dos realidades es: ¿Qué tipo de validez ética o moral tiene el hecho de recurrir a estos medios, aún en el caso que el mismo paciente lo solicite? Las posibles respuestas las podemos esclarecer o a partir de las enseñanzas magisteriales de la Iglesia católica.
Encarnizamiento terapéutico:
El encarnizamiento terapéutico o distanacia, son todos aquellos métodos clínicos que se emplean sobre un paciente, aún con la plena certeza que éste se encuentra próximo a la muerte, o con la finalidad de prolongar su ya aparente vitalidad. Esta situación puede generarse algunas veces por intereses económicos por parte de las entidades médicas, o por el apego sentimental de los familiares, que de alguna manera no le permiten el descanso, al que según nuestra fe, ha sido llamado, en una experiencia de vida eterna.
En este punto, es claro que estas situaciones generan diversas consecuencias, pues por una parte se focaliza la muerte desde una visión desesperanzadora, es decir, vista como un fracaso total al cual se debe evitar llegar, sin importar el cómo. Además, en el medio clínico se pueden presentar intereses económicos que aparentemente prolonguen la muerte de un paciente, del cual se sabe que no tiene ninguna esperanza de vida. De esta manera de pensar y actuar, se pueden cometer frecuentes desigualdades y abusos económicos.
Ante tal panorama, surge la pregunta: ¿acaso la solución a dicha situación es la eutanasia? Puesto que no se debe prolongar la llegada de la muerte en las personas ¿Hasta qué punto es entonces válido acelerarla?
Eutanasia:
Antes de concederle un valor ético o moral, cabe decir que la eutanasia es “una acción u omisión deliberada que de su naturaleza, o en los intereses, procura la muerte, con el objeto de eliminar el dolor en un paciente.”; de ella se distinguen dos modos: la eutanasia pasiva y la activa. La primera es una acción médica que acelera la muerte (inyección – desconexión). La pasiva, es aquella omisión de tratamientos necesarios y disponibles que podrían prolongar la vida del paciente.
Si analizamos el contenido de esta propuesta, resulta ser otro de los extremos altamente problemáticos, e incluso éste puede serlo en mayor grado que el anterior, puesto que se trata de un atentado consciente y deliberado contra la vida y que de alguna manera resulta ser beneficioso para los familiares, si lo presentamos desde una visión económica. Además de ello, es uno de los casos más frecuente en los dilemas éticos y morales, toda vez que aquellos pacientes que se encuentran aquejados por enfermedades terminales y dolorosas, no encuentran otra alternativa que el de pedir que acaben con su vida y junto con ésta, con el dolor que han tenido que soportar por determinado tiempo. De esta manera el dolor y el sufrimiento son asumidos como un castigo o un martirio que no vale la pena experimentar.
¿Qué hacer?
Al parecer no existe una respuesta clara, o por lo menos evidente frente al momento culmen de la vida, sin embargo, la respuesta del Magisterio de la Iglesia ante estas realidades no es otra que la de promover el trascurso natural de la vida hacia la muerte, que resulta ser un hecho ineludible y que en todos los casos en la Iglesia lo entendemos como un don de Dios.
Cabe aclarar entonces, que ésta no es una posición de resignación o desinterés por la vida de los demás, por el contrario, éste es un término medio, desde el cual no se vulnera la dignidad de la persona, es decir, el Magisterio eclesial siempre ha recomendado que se administren los cuidados paliativos, necesarios y suficientes ante las situaciones que eminentemente se salen de las manos de la ciencia médica; es así que se debe procurar el tratamiento del dolor y sus posibles síntomas, recurriendo a tratamientos en donde lo más importante es la conciencia que permita una muerte digna, por lo cual se recomienda el acompañamiento de sus familiares, que han de prodigarle amor hasta el último momento.
En pocas palabras, la enseñanza Eclesial a este respecto, podríamos resumirla, en que siempre es lícito administrar a los pacientes los medios normales que la medicina puede ofrecer para el tratamiento de enfermedades terminales, siempre y cuando tiendan a respetan la dignidad de la persona, en pro que ésta experimente una muerte digna y tranquila, ya que no es lícito, bajo ninguna circunstancia poner la vida del más débil en las manos del más fuerte, aún en el caso que él mismo lo solicite y los medios económicos lo propicien. En este punto es fundamental el pensamiento de que la vida es un don de Dios y sólo él dispondrá cuál es su inicio y su fin.
TOLLE ET LEGE: expresión latina que significa “TOMA Y LEE”. En la espiritualidad agustiniana es una término trascendental en el proceso de conversión de San Agustín.
▪️ Fray Jorge Chaparro Caro es sacerdote y religioso Agustino Recoleto
▪️ Rector del Colegio San Agustín de Costa del Este
▪️ Vicario Parroquial de la Parroquia San Lucas de Costa del Este.